miércoles, 19 de agosto de 2009

Un día en oficinas públicas

Es fácil reconocer su sonido. Se retuercen, incesantes. De pronto un tacón, unos zapatos de ejecutivo, unos tenis de estudiante, las hacen bailar sobre su eje. Son las baldosas de la Alpujarra, que parecen cobrar vida.

Al ingresar a la oficina de pasaportes, un robot, un hombre vestido de policía y con ojos desorbitados indica: “puede pasar a la oficina de información”. El reloj marca las 9:00 de la mañana y los casi 100 asientos están ocupados por entes aburridos, cansados de tanto esperar.

A diario, individuos diferentes asisten a esta oficina. El motivo: viajar, dejar a Medellín por unos meses, por unos años o definitivamente. Las personas más antiguas en este menester de viajar, esas que tienen visa norteamericana, se sienten presumidos, imponentes sobre los demás.

Se pasean de un lado a otro, miran por encima del hombro y alardean de sus viajes, como quien cumple el sueño que muchos han deseado pero sólo unos cuantos han cumplido.

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