lunes, 31 de agosto de 2009

Y los que sí viven en el Periodista

La primera vez que lo visité, sentí miedo. No como se le teme a la oscuridad o a la soledad, sino como el miedo que produce una bomba que a pocos segundos estallará.

Sentía que la gran mancha negra - las personas que vestían de ese color- me iba a deborar y que desaparecería entre el olor a bazuco y el ruido de los bares aledaños. Por fortuna fue sólo la primera vez.

Este parque que hace homenaje al periodista es motivo de prejuicios, sospechas y habladurías de los extraños - de los que no se acercan, lo imaginan y le huyen-.
En mis siguientes contactos con El Parque del Periodista, lo descubrí como un lugar único, de encuentro, de amigos que quieren pasar un buen rato; en la mañana se transforma: los gatos son algunos de sus visitantes, que se esconden entre los árboles, los monumentos y las bancas.

Y los que sí viven en el periodista, en las pequeñas casas, y que de cuando en cuando se asoman en los balcones, los que tienen su tienda o su restaurante al servicio de los visitantes nocturnos, pasan tranquilos sus días riéndose de quien teme este sitio.

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